El novelar para publicar

Definitivamente el escribir o
propalar vivencias, por medio de las artes, es muy complejo, mientras redactar
artículos con pretensiones académicas es menos complicados debido a que se
basan en supuestos hipotéticos lógicos, eso evita pensar en la complejidad del
ser humano para que, quienes no somos inteligentes emocionalmente, no quememos
las pocas neuronas inútilmente.
En el escribir, persistir es la
alternativa, por ello 2 o 3 horas diarias son vitales para cualquier persona
que pretenda, si no magistralmente sí adecuadamente, escribir sin problema
alguno, se trata de imaginar esas historias que se hilvanan a la par de nuestra
creatividad e ingenio.
No siempre se obtiene el efecto
deseado ni la historia imaginada, lo que maquina nuestra mente es perfecto sólo
con simple abstracción sin intermediaciones, o sea, la idea pura crea ese
resultado exacto que fantaseamos y no podemos comunicar sino a través de mera
conceptualización.
Pero la realidad es que siempre
tenemos problemas con plasmar nuestras ideas mediante reglas comunes para
transmitir a otros individuos que no comparten rasgos culturales y/o sociales,
sin duda el compartir un contexto es requisito preferente, la mitad de la
expresión escrita la hace el autor, mientras el lector cierra el ciclo.
Entonces, el escritor se enfrenta
a entelequias para traducirlas acorde a lo dictado por la ortografía, sintaxis
y redacción, no es sencillo porque existen historias que suenan tan bien en la
cabeza pero tan horrible en el papel que muchos nunca se deciden a sortear esos
obstáculos para escribir.
Así, el escribir mis letrillas
cada quince días me lleva a cambiar cualquier cantidad de veces mi tema, nunca
se hará una definitoria, es más, ahora que escribo ésta ya experimenté cuatro
diferentes ideas para publicar sobre alcohol, felicidad, juventud y malhumor,
supongo que los publicaré más adelante cuando haya encontrado la fortaleza en
mis propias palabras.
Los títulos de lo que escribo se
hacen en un santiamén, sólo leo y las primeras ideas que sobresalen, al final
de la lectura, las acomodo de forma geométrica et voila., así que no se
rompan la cabeza pensando “¿por qué le habrá puesto así?”.
Aún no estoy seguro si al
terminar este escrito, éste será el publicado el viernes, ni siquiera sé si sea
esta la finalidad del espacio que me dieron para expresarme, pero como tengo
total impunidad para que me lean seguiré sobre esta línea, divagando.
Quizá escribo esto porque absorbe mi mente el hecho de redactar, porque he pensando que a pesar de los problemas
para conseguir empleo también podría usar este tiempo muerto para desarrollar
mi ocio, por eso mis ideas van entorno al transmitir desde la escritura.
Siempre he querido contar
historias, hacer como Rosa Montero que no sólo contó una autobiografía muy
interesante a la que le da vueltas y vueltas, y se las arregla para siempre
mantenernos atentos a nuevos datos que desentrañan su vida, además da consejos para
los escritores, hace de una historia, una guía.
El escritor debe hacer uso de sus
capacidades analíticas, creativas y constructivas, cuando se está preparado es
cuando el hecho de “caminar por un puente colgante e imaginar cada instante con
cada pequeño detalle de la caída, desde la pequeña rasgadura de la piel hasta
la fractura más violenta” es motivo de asustarse, pero también de
enorgullecerse.
El envidiar a García Márquez por
su espectacular capacidad para describir lugares, objetos y personas, no sólo
significa ser imaginativo también hay que sobrepasar las capacidades lingüísticas promedio para captar todo eso que sólo el intelecto hace.
Me gustan las historias del autor
colombiano, pero su exagerada descripción tan perfecta me hace perder la
imaginación, parece que estoy viéndolo, me inclino más por autores como
Hemingway que deja los lugares y temas obvios (lo sé, no estoy siguiendo su
principal recomendación) para la invención del lector.
El tergiversar y crear historias
es una actividad continua, cómo no ver al vagabundo y pensar en su historia,
ver a la enfermera y razonar sobre su vivir, ver al alcohólico y discurrir
acerca de su estado, ver al estudiante y cavilar sobre su futuro. Todo con un condimento que sólo nuestra experiencia e ilusión podría tejerse para formar
una quimera.
Publicado en Just an Ambulance at the Bottom of a Cliff
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